La década de los 50 del pasado siglo marcó el devenir de éste. Los dos grandes bloques surgidos de la 2GM con sus alianzas, las áreas de influencia tras la descolonización definitiva, la carrera armamentística, la conquista del espacio exterior, la Nato, el Pacto de Varsovia, el desarrollismo económico, los experimentos científicos… A comienzos de los 50, influenciados posiblemente por el éxito del Proyecto Manhattan, programa nuclear que culminó el 6 de agosto de 1945 con el lanzamiento de “la bomba“ sobre la ciudad de Hiroshima, comenzaron a desarrollarse en los EEUU, amparados por las distintas agencias gubernamentales y bajo pretextos bélicos, todo tipo de experimentos destinados tanto a la fabricación de nuevas armas, como al control de mentes, personas o colectivos. Fue lo que en la actualidad se llamaría, inversión en I+D. Aún, a día de hoy, muchos no han sido desclasificados –algunos, si – pero se tiene conocimiento por el testimonio oral de personal que en ellos participó y que en el ocaso de sus vidas decidió limpiar su conciencia. Todo valía en pos de la supremacía militar y, desde roedores hasta chimpancés se vieron inoculados con surtido de gérmenes, terapias inductoras de conducta y otras atrocidades. Los seres humanos no se libraron de ser también campo de experimentación. Hubo, como en botica, de todo; pero prevalecieron sobre la mayoría, las estupideces más inverosímiles y no exentas de crueldad.
Son conocidos los experimentos con drogas sobre soldados para suplir la falta de sueño o para incentivar su agresividad. De igual manera que otros muchos “episodios extraños“, tales como la desaparición de vacas (sí, vacas, rebaños enteros) o extrañas luces nocturnas con posterior aparición de cráteres, en los desiertos de Nuevo México o Nevada y que en su día fueron atribuidos a Ovnis (es la década de la Ufología), hoy se sabe que responden a experimentos militares. Tanto es así que hasta Hollywood se ha hecho eco en distintas ocasiones de aquella tendencia de su gobierno. La última, la película “Los hombres que miraban fijamente a las cabras“, en la que Clooney, Bridges y Spacey no logran extraer la intención y el sarcasmo de la magnífica novela de Jon Ronson. En 1954, una comisión especial del Congreso de los EEUU da luz verde a uno de los proyectos más disparatados urdidos por una agencia dependiente de Defensa, el Proyecto Oklahoma.
El Proyecto Oklahoma -que en realidad se verificó en dos pequeños pueblos de Montana- se trataba de un experimento sobre el comportamiento humano que pretendía demostrar cómo puede manejarse la conciencia de grandes colectividades, incluso de una sociedad entera, alterando culturalmente sus costumbres, hábitos y prácticas arrancando desde un plano generacional. El fin último del estudio, a fecha de hoy, sigue siendo una incógnita pese a que los documentos fueron desclasificados hace ya varios años. Los pueblos elegidos lo fueron mediante dos criterios fundamentales: geográficos y de prosperidad. Se buscaba una zona rural, de marcado aldeanismo, pero próspera económicamente de tal manera que los individuos sometidos a investigación no manifestaran necesidad de interactuar con otras regiones próximas. Una vez elegidos, el gobierno se reunió con las “fuerzas vivas“ de la zona; desde alcaldes, hasta el sheriff, pasando por la oligarquía local ( financieros, grandes terratenientes, centros de producción, etc.) y se les informó de la importancia de que cada cual asumiera su rol. No más de medio centenar de personas participaron del secreto. El 11 de septiembre, fecha en que comenzaba el curso escolar, comenzó su andadura un proyecto que duraría la friolera de 30 años.
Desde ese día, comenzó a impartirse en el primer grado, de manera subliminal los primeros años y abiertamente, conforme las distintas generaciones iban progresando de curso; la cultura de la antropofagia. Mediante una artera interpretación de las costumbres de los primeros pobladores de las llanuras de Montana -los indios Cheyenne-, se fue educando a la población en las costumbres antropófagas y ésta a su vez sintiéndose orgullosa de aquel hecho diferencial. Paralelamente fue desarrollándose una floreciente industria relacionada con las “peculiaridades“ de aquel territorio; naturalmente impulsada por aquellas fuerzas vivas que participaban del secreto desde el primer minuto. Algunos se hicieron muy ricos mientras veían a sus vecinos comer los domingos hamburguer de nalga y estofado con tibia de difunto, a la sombra de los álamos de la zona, con el porche -en rústica haya- coronado por la bandera de Toro Sentad , enseña elegida por sus características históricas propias; principal argumento del hecho diferencia.
Cuando el gobierno federal, ya en tiempos de Ronald Reagan, decidió dar carpetazo a aquel majadero proyecto, los habitantes de la zona caníbal decidieron que era una agresión a su ómnium cultural, a sus tradiciones y a sus mas entroncadas raíces de las praderas de Montana. Se mostraron caníbales y orgullosos y conociendo como conocían bien las retrancas del estado que les albergaba, se aprestaron a una batalla legal contra éste con el único argumento incontestable, la libertad. Porque en el nombre de la libertad, no hay parido que rechiste. Se reivindicó el derecho a la libre elección de su propia dieta y se argumentó que en nombre de ese hecho diferencial, podrían comerse a quien les saliera del potorro si así era aprobado mayoritariamente en el plebiscito que a tal efecto pensaban realizar. Las urnas legitimarían aquella merienda de negros. Porque es sabido que las urnas son el reflejo de la voluntad mayoritaria y tanto es así que, si un día mayoritariamente y por sufragio se decide que el cielo es verde, póngase usted como se ponga, el cielo será verde. O no?
Obviamente no.
Hay cosas, muchas por cierto, que ni con el manido argumento de la libertad, ni por abrumadora mayoría, se pueden variar. Y cada mañana, cuando la oscuridad descubre su manto y el cielo se nos revela azul, sin ninguna duda, es porque es azul. No hace falta que diga que algunas partes de este articulo pueden no ser ciertas. Como dicen ahora, un fake. O un siniestro cuento Dickensiano, una mala digestión, un chascarrillo de toda la vida.
Lo aclaro por si algún alma cándida, que las hay -y la prueba de ello es que hay miles de personas que aceptan como buena la inexplicable explosión demográfica de un grupo étnico tras un “genocidio sin parangón“- había llegado a creerse el asuntillo del Proyecto Oklahoma. La verdad está ahí afuera, que diría Mulder.
Y no es otra que el cielo siempre será azul y Cataluña siempre será España.
Juan Antonio López Larrea
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