Andaba don Prudencio absorto en sus pensamientos mientras regaba distraídamente sus imponentes murcianas , orgullo del pequeño jardín al que dedicaba la mayor parte de su tiempo libre , que era mucho , desde que tres años atrás y tras 41 años cotizados , había pasado “ a la reserva “ como a él le gustaba decir .
En realidad , no hay nada de reserva en la jubilación y si mucho de nostalgia de los tiempos en que , cada mañanita y antes de saber si haría bueno o caería un chaparrón , la “chicharra” le ponía en pie y tras un café cargado , un afeitado rápido y un Ducados en el baño ; se aprestaba con decisión – unos días con mas y otros con menos – a poner la fuerza de sus dos brazos al servicio de su familia . Un beso robado a su esposa y una mirada fugaz a sus dos hijos siempre acompañada de una boba sonrisa , de esas que solo ponen los padres cuando nadie les mira , y al tajo .
Si , Prudencio añoraba los tiempos en que era fuerte y capaz ; tiempos duros , llenos de sinsabores y toros que lidiar , pero a los que a él siempre había puesto buena cara aunque más de dos veces los chuzos cayeron de punta .
Pero se merecía aquel jardín con sus murcianas . Y bignonias . Y buganvillas y jazmines . Y rosas . Aquel pequeño ático – en realidad una vivienda de portería rehabilitada – con los años había pasado de ser su pesadilla a su solaz . En aquella vivienda , durante largos lustros compartida con el banco , había amado a su mujer , educado a sus hijos , cultivado sus plantas y visto extender sus arrugas y blanquear su cabello a la par que iba reduciéndose su compromiso con el dichoso tae .
Gustaba don Prudencio de frecuentar a los excompañeros a la hora del bocadillo , leer el Marca , echar una cabezadita antes de comer y tomar aperitivo con su santa . Aunque su afición secreta y con la que más disfrutaba era la de dar de comer a las palomas . No en las plazas ni en los parques , no . Eso es cosa de viejos .
Gustaba de hacerlo en la tranquilidad de su ático , siempre a la misma hora y en compañía de sus nietos a los que aquella actividad , fascinaba . Las aves acudían puntuales a la cita y sin ninguna vergüenza lo rodeaban mientras Prudencio abrazaba divertido a sus nietos en el centro del ulular .
No andaba sobrado de posibles ; con la crisis , sus hijos estaban atravesando momentos difíciles y el arrimaba el hombro en la medida que podía . Tampoco necesitaba ya mucho para vivir y le bastaba con disponer de unas monedas para poder adquirir comida para “ sus “ palomas . Aquello le hacia sentir bien .
Un buén dia , mientras disfrutaba entre sus murcianas , con el sol otoñal lamiendo sus piernas , oyó a su espalda un extraño ruido . De inmediato lo reconoció como un aleteo pero antes de girarse ya sabia que no correspondía al familiar barullo de sus invitadas habituales .
Alli , tras el , mirándole fijamente , instalada justo debajo del pararrayos , reconoció la figura de una gaviota .
No era de extrañar , al fin y al cabo , ver gaviotas en el interior de las ciudades ; el litoral mediterráneo , tan maltratado , ha impulsado la necesidad de estas aves a aventurarse fuera de su hábitat para buscar el sustento que apenas ya puede ofrecerle el viejo y moribundo Mare Nostrum . Lo sorprendente era tener al alcance de los dedos a aquella gaviota , detenida en el tiempo como una estatua de sal .
Prudencio se levantó lentamente y dirigió sus pasos hacia la cocina , abrió la nevera y extrajo de un pellizco una esquirla del lenguado que su mujer iba a cocinarle - de acuerdo a su dieta – esa misma noche .
En el exterior , seria , inmovil y con cierto aire de exigencia , permanecía la gaviota instalada justo debajo del pararrayos .
El viejo le lanzó el pellizco del lenguado que el ave cogió al vuelo - nunca mejor dicho - y con el bocado en su pico desapareció en lontananza .
“ Sin duda , el revuelo que forman mis palomas cuando son alimentadas ha llamado la atención de este bicho famélico y se ha dejado caer por aquí a ver que se cocina “ , razonó prudentemente don Prudencio . Y con estos pensamientos en la mollera acabó olvidando el asunto .
Al dia siguiente , Prudencio , andaba ordenando algunas ideas en su cabeza - privilegio de desocupados - mientras observaba a sus nietos lanzar grano de maíz a las torcaces . “ Cuán curioso resulta esto de los nombres propios y que extraña simbiosis mantienen con su propia generación . Prudencio quiso mi madre que me llamara ; sin embargo a ella , Constancia le pusieron . Fernando e Isabel se llamaron mis abuelos y hasta recuerdo al bisabuelo Sisebuto . Yo elegí para mis hijos , Libertad y Constitución y ahora mis nietos se llaman , Kevin , Vanessa ( con dos eses ) y Lorena . “ . Ensimismado en tales absurdos pensamientos , tardó en reparar en las caritas de terror que Kevin , Vanessa ( con dos eses ) y Lorenita hacían mientras se atenazaban a sus piernas ; tan solo el brusco despegue de las palomas le devolvió a la realidad . Siguiendo la mirada de los ojos como platos de sus nietos descubrió , justo debajo del pararrayos , una bandada de gaviotas cuyo número era incapaz de precisar y que inmóviles como estatuas de sal , le miraban fijamente .
Tras la sorpresa inicial y restando importancia al susto infantil , con los niños de la mano bajó a la pescadería y se hizo con dos kilos de boquerones frescos ; de procedencia Mar del Norte y tipo de pesca , extractiva .
Recomponiendo la figura frente a la desafiante bandada , fue lanzando los pescaditos uno a uno , hasta que en el cucurucho de estraza solo quedó un hilillo de hielo y sangre . Los pajaros , uno tras otro , con el bocado en sus picos fueron desapareciendo en lontananza .
Al dia siguiente y todos los demás días , Don Prudencio quedó esperando a que aquellas , “ sus “ palomas volvieran .
Ya no lo hicieron jamás . Sabian algo que Prudencio aún ignoraba , aquel caladero había dejado de pertenecerles .
En cambio , las que ya nunca fallaron a aquel festín fueron las aves que habían migrado abandonando su hábitat , para irrumpir en el ático – vivienda de portería rehabilitada – de don Prudencio .
No hay cuento sin moraleja y cada cual puede divertirse extrayendo la propia . ¿ La mia ? ; permítanme que me la reserve . Pero si les contaré la que extrajo el bueno de don Prudencio cuando se dió cuenta de que su mermado peculio no alcanzaba para alimentar con un boquerón diario a tantas gaviotas como acabaron llegando al pararrayos de su pequeño y cuidado jardín .
Y dice así :
“ ¿ En que momento mi gente pasó de nombrarse Constancia por Prudencio ? . ¿ Cuando dejamos de ser Isabel y Fernando . Y Pelayo y Sisebuto y Rodrigo para ser conocidos con nombres de mascotas domésticas ? “ . Recordó que su generación había llamado a sus hijos por nombres estúpidos y rumiando que , de aquellos fangos estos lodos , se sonrojó de si mismo al recordarse inscribiendo a su hija neonata con el nombre de Constitución .
Con aquellos pensamientos en su cabeza – privilegio de desocupados – y mirando de soslayo al nutrido grupo de gaviotas , se dijo a si mismo “ ¡ A un Rodrigo iban éstas a subírsele a la chepa ! “ . Y un segundo antes de cerrar de portazo , clavó su mirada en aquellas aves no convidadas y serio e inmóvil como una estatua de sal , les espetó , “ y a vosotras , que os de de comer vuestra puta madre “ .
Colorín , colorado .
J. A. LARREA
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